En esta ocasión nos acompañó virtualmente Ana Elduque, Catedrática de Química Inorgánica en la Universidad de Zaragoza, quien introdujo, de forma muy acertada, el concepto de «La nueva normalidad». A su intervención le siguió un animado debate sobre los temas que andan estos días flotando por nuestras cabezas y teniéndonos en vilo: el teletrabajo, los horarios, la conciliación laboral y personal, los cuidados, el papel de las mujeres, el peligro de caer de nuevo en una trampa, la distancia social…
LA NUEVA NORMALIDAD: ¿Teletrabajo o trabajo no presencial?; ¿Cambiará nuestros usos y costumbres laborales?; ¿Caminamos hacia otro horario?; ¿Hemos encontrado una nueva forma de conciliación?
Durante el confinamiento, hemos tenido que realizar nuestras tareas de una forma completamente novedosa. Unos lo han llamado teletrabajo y otros trabajo no presencial. Quiero dedicar un momento a este aspecto. Hasta que la pandemia nos obligó al confinamiento, el teletrabajo ya existía, y, en algunas profesiones se practicaba de forma bastante frecuente. Incluso muchas operadoras de Internet llevan ya tiempo ofreciendo la posibilidad de la llamada “oficina móvil”, gracias a los dispositivos y los sistemas de conexión que ofrecían ya desde hace tiempo prácticamente las mismas capacidades que la ofimática de oficina. Podemos decir que el propio término “ofimática” ya ha sido superado y deberíamos cambiarlo por “movimática”. Por tanto, ahora lo novedoso no ha sido que se puedan hacer muchas tareas a distancia. Lo que realmente ha supuesto un cambio es que las hayamos tenido que hacer muchos que nunca pensamos que podríamos estar en esta tesitura. Pero este cambio, aunque supone un inicio de algo, no es que haya supuesto que un nuevo paradigma laboral se impone. Poco a poco volveremos a la que ya se está llamando la nueva normalidad, más allá de la propia contradicción del término, como si se tratara de un oxímoron, y que tendrá mucho de la anterior. Lo que hemos hecho es trabajar de forma no presencial pero, hay que reconocerlo, de forma obligada e improvisada. Seguimos sin tener las herramientas necesarias para que ese teletrabajo que ejercen algunos de forma habitual sea lo cotidiano.
No todo lo que está todavía ocurriendo lo considero algo pasajero, forma parte de la pesadilla que nos está tocando vivir. Creo que hay muchas cosas que han venido para quedarse, pero no, como ya he dicho antes, con la premura e improvisación que se ha pretendido.
Lo primero es poner de manifiesto que falta mucho. Los sistemas han respondido bastante aceptablemente a las exigencias pretendidas. Casi todas hemos aprendido y hemos hecho nuestras videoconferencias, personales y profesionales. Cuando veíamos la cara de nuestro interlocutor en el teléfono o en el ordenador, nos hemos puesto muy contentas, olvidándonos, muchas veces, de la escasa calidad de la comunicación. Ruidos, cortes, imágenes congeladas nos han parecido algo nimio, especialmente cuando teníamos necesidad de comunicarnos. Pero hay que reconocerlo, esta infraestructura es claramente insuficiente si lo que se pretende es poder implantar un sistema de teletrabajo real y fiable. No digamos nada de las aplicaciones usadas. La que esté segura de su privacidad que lo diga. Pero, nuevamente, lo importante ha sido comunicar, no cómo hacerlo. Vuelvo a pensar que es solo un primer paso el que hemos dado. Nos hemos demostrado a nosotras mismas que lo podemos hacer y que tiene utilidad, pero la autopista sigue siendo necesaria. Esta es la primera lección. No nos podemos dar por satisfechas con lo que está a nuestro alcance. A ver si de una vez entendemos, especialmente los jóvenes, que son más importantes las aplicaciones de comunicación seguras y fiables que Instagram.
Otra lección que he aprendido es precisamente que esta no es forma de aprender. Soy docente y jamás se me ocurriría plantear la formación de mis alumnos dándoles un puñado de libros y poniéndoles un examen, a ver si han sido capaces de estudiar algo, y sin ningún plan de estudios. Lo más típico ha sido que el que quería comunicar con nosotros nos decía que no nos preocupáramos, que nos mandaba el enlace y solo teníamos que pinchar. A partir de ahí, ensayo y error. Si funcionaba a la primera, estupendo. Si no, pues a preguntar a alguien qué hacer, pero con el único objetivo de que funcionara, sin querer saber más. Hay bastantes aplicaciones que se han usado mayoritariamente. Cada uno la que más les ha gustado, o podido, pero muy pocos han sabido explicar el porqué de unas frente a otras. Yo, sigo sin saberlo, y me comunico con mis alumnos usando unas y con mi familia usando otras. No sé si seré la rara, pero conozco bastante gente en mi caso. Esta lección es clara. Si queremos hacer algo sin presencia física es necesario formarnos en el sistema o sistemas en cuestión y, hasta hoy, casi nadie lo ha hecho.
Otra lección clara es que la rigidez de horarios ha perdido todo sentido, si alguna vez lo tuvo, y ha quedado demostrado. Se han hecho reuniones, clases, charlas y múltiples actos a casi todas las horas del día. El trabajo clásico, desde las 8 o 9 de la mañana, hasta las 5 de la tarde para muchos empleados de oficina, ha demostrado que es solo un horario donde se encasilla a las personas. Decimos que los horarios de España están muy alejados de los de nuestro entorno. Que, lo que aquí es normal, estar hasta las 7 o más en las oficinas, se ve como algo incomprensible más allá de los Pirineos. No es que ellos fueran más listos que nosotras, y se dieran cuenta de lo que no éramos capaces de ver. Lo que ocurre es que en España ha primado mucho eso que comúnmente se llama “meter horas”. Esta expresión tuvo su origen en la posguerra cuando el pluriempleo era necesario para obtener una renta suficiente, pero se ha transformado en estar por estar, lo cual es claramente ineficiente. “Calentar la silla” no sirve para nada, aunque se haga durante 8 horas diarias más de doscientos días al año. Es momento de que empecemos a pensar en trabajar para alcanzar un objetivo de la manera más eficiente posible. Eficiencia significa emplear los recursos justos y el tiempo es un recurso, y escaso casi siempre. Si alguien puede estar en su trabajo haciendo que hace y estando por estar, esto solo pone de manifiesto que allí no hay necesidad de esa persona y que se podría dedicar a algo más interesante para sí misma y productivo para los demás. Si ahora no somos capaces de repensar los horarios españoles, creo que los que argumentan que esto se lograría manteniendo el horario de invierno todo el año, porque amanece antes, está hablando por hablar. Esta es otra lección. El horario rígido y la obligatoriedad de la presencia física durante todo ese tiempo no garantizan en absoluto el buen hacer.
Como consecuencia de lo anterior también podemos pensar que podemos liberar tiempo para otros menesteres que calefactar una silla. Los padres, especialmente las madres, subyugan muchas veces sus carreras profesionales en aras del cuidado de los hijos. Prefieren, y no digo preferimos porque no es mi caso, elegir puestos de menor responsabilidad porque el horario rígido es inflexible pero predecible. Una vez que has conseguido cuadrarlo, a veces a martillazos, te apañas para poder cuidar a los críos y, normalmente muy de vez en cuando, compartir las cargas con la pareja. Si se sabe que se va a salir del trabajo a las 15 o 17 horas de forma continuada, un elevado porcentaje de mujeres lo aceptan, aunque no sé con qué nivel de agrado. Pero las cargas familiares cambian con el tiempo. A muchos adolescentes ya no les gusta que vaya su mamá a buscarlos al colegio. En otros casos lo aceptan pero con una simple función de taxista. Si hubiera posibilidades reales de trabajo a distancia, esa mujer no habría congelado su carrera laboral diez o más años atrás y, ahora, podría incorporarse al mundo laboral en iguales o mejores condiciones que sus compañeros varones. Pero el parón de la crianza es una losa muy difícil de levantar. Si nos fijamos en el cuidado de los mayores, allí la diferencia de reparto en la carga de trabajo es todavía mayor. Son las hijas las que cuidan de los padres ancianos y, como siempre hay una excepción que confirma la regla, algún hijo. Pero esto también es pasajero. Los padres fallecen, es ley de vida, y esa mujer, que ha podido casi unir el cuidado de los hijos con el de los padres, ha dedicado la mitad de su vida laboral a la atención de otros, dejando de lado su formación y actualización profesional. La vuelta en condiciones de oportunidad es imposible. De 8 a 3 y a dar gracias. Esta es la última lección que quiero indicar. El trabajo a distancia debe permitir tiempo suficiente para el cuidado de los hijos, pues normalmente están en la escuela una buena parte de la jornada, y la formación continua de la mujer. Solo así, la reentrada en el mercado laboral no será una barrera infranqueable porque muchas mujeres hayan quedado desfasadas en su conocimiento y esto las invalide profesionalmente.
Ana Elduque